septiembre 09, 2013

Borrachera





— Ya no quiero saber nada de ninguna vieja. Le dijo Oscar al cantinero con un tono de desprecio, despecho y desagrado por la vida.  
— Buen hombre todo se solucionara, sino con ella, con la siguiente. Contestó el psicólogo no reconocido del pueblo.
Oscar
 — ¡Estoy harto de ellas! Usted no sabe lo que es sufrir por amores, usted vive en sobriedad. Dijo recargando la cabeza en la barra de la cantina, mientras soltaba el sonido de hipo típico de la bebida en abundancia. 
Cantinero — Sabe en mi profesión debemos soportar con los problemas propios y de los clientes sin el poder escondernos detrás el dulce elixir de Dionisio. 
Oscar — Lo siento amigo, pero igual creo que no conoce el amor, si no lo veo beber conmigo. Levantaba de nuevo la cabeza y la movía de forma tosca, dando unos giros extraños en el viento, creo por el mareo del alcohol. 
Cantinero — Tal vez no lo conozca como usted caballero, igual el amor no actúa igual en cada uno de nosotros, y no se le olvide que yo he tenido que soportar las heridas sin curarlas con alcohol. 
Oscar — Es usted un tonto, ¿por qué no prueba algo de mezcal? digo para curarse, para curarme y para hacernos compañía. 
Cantinero — Yo no creo en el alcohol como medicina amorosa, quiero perder la vista viendo al sol y no bebiendo mezcal. 
Oscar — Eso me parece bien, perder la vista ¿De qué sirve? Bien dicen “ojos que no ven corazón que no siente” ¡Salud! Dijo levantando el caballito de mezcal Zacatecano con un gusano a medio flotar. 
Cantinero  — Si amigo, pero aun así el problema de beber no sería perder la vista, si no que no es instantáneo, y esta noche la tendría que ver doble. Dijo el cantinero mientras limpiaba la barra y colocaba otro plato botanero con cacahuates. 
Oscar — ¿Acaso no le gustan gemelas? Dijo en tono de burla y gracia, soltó una carcajada y se volvió a tirar de frente a la barra. 
Cantinero — Sabe, si el daño es el doble, no creo aguantar más. “El amor es el opio del pueblo, y cuando no se tiene amor se tiene que recurrir al opio” Dijo alejándose por otra cubeta de hielos.


Mientras; sonaban canciones rancheras típicas mexicanas en la rockola de la cantina conocida como “Antigua Paz”, por el momento era José Alfredo Jiménez quien iluminada la oscuridad del silencio, cantando “deja que salga la luna”. Ambientando la bella cantina se escuchaba una parte de la canción: ¿Cuánto me debía el destino, que contigo me pago? Se preguntaba José Alfredo. 

En este momento de calma del joven ebrio de la barra, el cual roncaba después de su encuentro verbal en contra del amor y a favor de la bebida, el cantinero se marchó al baño dejando sobre la barra el balde con hielo, cerró con seguro la puerta y se inyectó una sobredosis de morfina.
El recordarla le hizo lo que no pudo el alcohol en su vida, destruirlo.
"La memoria sólo existe mientras respire" dijo para sí mismo, cerró los ojos y al cabo de un par de minutos exhalo su último aliento. 

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