Tiro al cielo todos los poemas no pronunciados, todos los cuentos no leídos, esos que no tienen vida en este inhumano mundo de ensueño y fantasía, esperando que al menos las estrellas se impacten de lo escrito y muestren entre constelaciones lo que quiero decir.
La gravedad no tiene efecto sobre ellos, flotan entre los otros miles de escritos no redactados, entre esos poemas que sólo fueron recitados noches románticas a sus amadas, en el balcón a su oído, en forma de susurros, aquellos que nacen muertos.
Éste es el limbo de los textos no leídos. En realidad no creía en los fantasmas, pero ahora veo que incluso los personajes salen de esas hojas sueltas, para levitar por el mundo literario, asustando de vez en cuando a un lector que se topa con la sombra de lo que son o de lo que fueron en vida, eso sí que es un aparecido, a mí si me da miedo.
Ver a alguien que vive dentro de una hoja caminando sobre los espacios entre palabras, cuidando no pisar los punto y final, para no mancharse los zapatos, penando por un amor no correspondido, por un fin sin final, por la muerte de un ser querido, penando por siempre las mismas desgracias, al no seguir siendo escrito.
Podría hablar de todos estos fantasmas individualmente, y decirles que tengo un cierto cariño hacia ellos, aunque me enchinen la piel cuando los veo, no sé si decir que veo gente muerta o que la escucho. Cualquiera de las dos es aterradora, siento bajar un poco la temperatura al hacerme estas preguntas, al verles en la cara la desesperación, el miedo, la incertidumbre. Me recorre un escalofrió la mano donde apoyo mi pluma al papel.
Esta noche seré un nigromante, y daré vida a otro ser muerto.
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