Hay muchos tipos de escritores, y de historias.
Existe quien lo hace porque la calma de las páginas en blanco es un infierno abrumado y adictivo. Son escritores que viven con la convicción de plasmar sobre todo lo que tenga un espacio vacío.
Existen los que escriben para jugar con las emociones del lector, de una forma culta o morbosa, pero siempre es para hacerles descubrir estados inestables en los que el pensamiento tambalea con dirección al abismo.
Hay otros que buscan, y las letras son el polvo que tiran tras cavar en la arena, no encuentran, ni
encontraran, pero son bellos los castillos mientras no suba la marea.
¿Y de las historias, qué te podría decir?
Están las que contaban los abuelos, que van de boca en boca, y como el hierro se forjan tras la pobre imaginativa humana que tocan. Algunas son espadas, otras escudos, algunas frágiles otras jamás se romperán.
Existen las historias banales, las que se cuentan por contarse, las que no dicen nada a pesar de no callar.
Y por último están las historias inteligentes, las que salen de la mente como dibujos, primero son garabatos, luego borradores, fotografías en blanco y negro; pinturas indelebles en las mentes blancas de los lectores hambrientos.
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