agosto 31, 2013

Samurái



Lo sanguinario de sus actos no provenía de su espada, si no de su corazón marchito. 
Montaba a caballo hacia el horizonte en busca de la presa que le asigno el emperador para detener la guerra, esto a él no le importaba, quería beber la sangre de su enemigo junto a una taza de sake. Sentir el licor en su cuerpo era tan saciador como matar a un hombre que borbotea sangre por la boca, o al menos así lo veía. 
Es por ello que su cuerpo difícilmente se encontraba en sobriedad. Aun así era el mejor asesino con el que contaba el imperio japonés. Diviso a lo lejos la cabaña donde se ocultaba el enemigo, rodeada de guardias armados, esto a él no le preocupaba pues había sido muy bien entrenado en el bujutsu, incluso los profesores le temían a la hora de entrenar contra él, había asesinado a un par de sus compañeros en disputas dentro de los aposentos, y los castigos parecían no tener un efecto de control contra él. 
Igual se detuvo a lo lejos en el bosque, amarrando su yegua a un roble fuerte, le consiguió un poco de pasto que arranco con ayuda de su katana. Se marchó tranquilamente hacia la cabaña mientras la noche caía, al parecer el sol tenía prisa por que saliera la oscuridad a cubrir los pocos rayos que se le quedaban en el paso.  Mientras caminaba pensaba una buena estrategia, siempre había adorado la noche para derramar sangre.
Era su rutina de cada asesinato, llegar por sorpresa, entrar de alguna forma, raptar al objetivo, y que sus guardias no se percataran de la falta de su amo, si no luego deshacerse de ellos desde una distancia segura, o hacerles ver que han fallado en su misión tirando el cuerpo frente a ellos y hacer que ellos solos se asesinen haciendo práctica del seppuku, para que al menos mueran con honor. 
Centro su vista en su objetivo, una ventana descuidada por la parte trasera de la cabaña, podría ser la cocina, igual no se observaron sujetos pasar por dentro de la casa, lo que le decía que podría estar llena de trampas o ser una.  Decidió permanecer unas horas más, cuando observo que un guardia se retiró a realizar sus necesidades cerca de donde se encontraba él, decidió no hacer nada inoportuno, simplemente tiro una de sus armas cerca para que se mantuvieran alerta en la puerta principal y lo dejaran trabajar en el patio como era preciso.
Entró con una rapidez que asombraría a cualquier animal que lo hubiera visto, le temerían desde primera instancia al no encontrarle olor, ni miedo, se sentirían como unos simples cachorros al ver éste tipo de depredador.  
La cocina estaba vacía, los pasos sonaban tenuemente entre la madera y se disfrazaban con el sonido del viento. Abrió la puerta del cuarto principal y se encontró con una familia, un hombre que a primera vista era el objetivo, obeso a rebosar con una panza que temblaba de miedo al mirarlo, la mujer se quedó muda al ver esa armadura negra llena de salpicaduras de sangre, ambos pensaron que gritar era inútil.
Creían que los guardias habían sido asesinados. Se acercó al hombre y dijo con una voz fría, tan fría que les congelo el alma a la pareja — Entrega tu vida y me iré sin lastimar a tu familia, tú eres quien debe morir y lo sabes, no hagas nada estúpido y terminará rápido.— Le arrojo su wakizashi a los pies, el hombre obeso con una mirada sorda se despidió de su esposa y con una sonrisa de su hija, que dormía plácidamente en la cuna. 
La esgrimió contra su abdomen y dijo unas últimas palabras. — Solo lo hacía por el pueblo, recuerda que tú también eres parte de él, terminando de decir esto un borbotón de sangre salió de su boca en un chorro, la mujer se desmayó al ver a su hombre en el suelo cubierto de sangre. 
El samurái negro se marchó como llego, sin antes cortar la cabeza de la víctima, más que víctima fue  por intimidación que se quito la vida el objetivo, caminó por la puerta principal, arrojando la cabeza frente a los 4 guardias armados con naginatas, estos al ver su derrota procedieron a hacer lo mismo que su señor.  Esto era divertido para el samurái, pues no era necesario hacer tanto escándalo y podría haber huido por el lugar donde llego, pero él amaba la sangre de sus enemigos cuando su katana no danzaba con los reflejos de la luz de la luna, igual no le gustaba el limpiar la sangre de ella, era tan hermosa que prefería no vestirle de rojo a menos que fuera necesario, el no tener que desenfundar le hace creer en un tipo de superioridad, se sentía la elite de la elite. 
Camino hacia el bosque, observando como una manada de lobos llegaba a barrer las huellas de su trabajo, con la cabeza del enemigo en un saco, y silbando una canción que se comunicaba con los aullidos de la manada que se quedó tras de él. 
Este hombre sembraría la muerte en otras más ocasiones, tantas que podríamos decir que asesino un hombre a diario por cada uno de sus días vividos. ¡Era un sanguinario! pero está vez cometió un error, dejo viva a la hija de un hombre justo, y eso amerita venganza.

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