De la televisión a la
bañera, enciende la radio y comienza a cantar, abre el grifo de la regadera y
espera un momento a que el agua tome su punto exacto para adentrarse, corre la
cortina y entre movimientos torpes de baile se adentra en un agua tibia que
caía como lluvia soleada, agua de manantial.
Comienza por el cabello;
colocando shampoo y jugando a hacerse peinados mientras corea la canción que el
locutor puso en honor al rock and roll de los 60’s, al estilo de Elvis Presley
mete la cabeza en el agua, agitando los hombros arriba y abajo, cantando
entrecortado por el agua que se adentra en su boca, por su cabello se escurren
chorros del líquido vital.
A la casa iba entrando una
sombra, era la silueta de una mujer, de vestido largo y uñas afiladas, dientes
blancos, con sonrisa brillante y un infierno en su mirar.
Paso tras paso el crujir del
piso de madera moría en un sonido sordo, el silencio era un aura de su
presencia, la oscuridad su hábitat natural. Pues el día se hizo noche en aquel
cuarto con su pasear pausado, robaba los besos de la luz tenue de una tarde de
verano, les quitaba el alma.
Abre la puerta del baño y el
rechinar de la misma muere ante su boca. El sujeto de la bañera no escucha el
movimiento, ni sospecha de su compañía, sigue cantando para sí mismo este
concierto, sigue pensando en su día, en su noche y en el intermedio.
El grifo del lavabo es
abierto por la dama, hace el deber del lavado de manos, saca su afilada espada,
busca encontrar un tajo limpio, una estocada que entre a las cuerdas bucales y
desgarre el grito antes de salir de la garganta, con un movimiento delicado y
preciso le corta el cuello, su cabeza cae y rueda por el suelo, el sujeto
seguía con su expresión de canto, así es como muere uno cuando le ataca un
silencio incontrolado, o al menos eso es lo que dicen las averiguaciones
previas.
Chatonaik.
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