Cómo es
que el ser humano y su esperanza se diluyen con el sutil aliento de una frase;
“tenemos que hablar, te quiero como amigo, esto no está funcionando.”
El hombre
o la mujer, como los animales más heridos de la creación, olvidan lo fuerte de
las palabras, pierden la empatía y surten de golpes al implicado cuerpo del
delito, para que caiga a la lona y se aleje lo más pronto de ellos.
Pero esto
no siempre funciona para bien, pues es una cadena que estamos programados a
recrear. Sin en cambio, alguien decidió ir en contra de ello, alguien que trató
con amor y delicadeza hasta el último momento a la persona que un día amo, esa
persona le hizo entender desde sus ojos cómo se veía el futuro, uno en el cuál
desearía estuvieran juntos, pero no se miraba posible.
Así pues
ambos decidieron aclimatar la situación, con los mejores deseos uno para el
otro, siguieron en contacto y se alegraban de que alguien más hiciera feliz a
la persona que les había enseñado tanto que el amor no duele si se sabe pensar
y sentir al mismo tiempo.
Ésta no
es una historia de ficción, hijo, esto pasó años antes de conocer a un par de
mujeres; que me hicieron volver a odiar con toda mi alma a esos angelicales
seres de largas alas y pies pequeños.
Hasta que
conocí a tu madre, con ella siempre estuve seguro que no me dañaría, sus ojos
me miraban y el infierno se volvía tibio, cómodo, incluso ahí podría vivir con
ella. Nuestro vuelo fue alto y firme porqué íbamos de la mano.
En ese
momento tuve una duda, no sabía si me encontraba en el amanecer o en el alba,
no sabía si había comenzado a oscurecer o se acercaba el medio día. No
alcanzaba a comprender si estaba aprendiendo a vivir o en realidad moría.
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